...Si las cosas hablaran –
pero si hablaran, también podrían mentir.
Sobre todo las más corrientes y poco apreciadas,
para llamar finalmente la atención.
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¿Definen a una persona los objetos desperdigados sobre su mesa de trabajo un día cualquiera? Me lo pregunto porque, ahora mismo, tengo en la mía -lámpara, portátil y ratón con alfombrilla aparte-, un tubo de crema de manos, Handcreme mit Olivenöl, eine Intensive Pflege für trockene Hände; un subrayador verde Pelikan, Textmaker 490; un bolígrafo de tinta negra aunque de plástico plateado; un rotulador de esos de pizarra, edding 3000, permanent marker, rojo; una goma de borrar de marca ilegible o borrada, valga la redundancia; un folleto sobre la Agencia Tributaria, para EMPRESARIOS Y PROFESIONALES, PERSONAS FÍSICAS todas ellas, menos mal; un estuche rojo a cuadros escoceses; una piedra; un pájaro de colores de plástico que canta como un jilguero si le das un empujoncito con el dedo índice; un vaso de agua con su correspondiente posavasos; una miniagenda del año 2007, con teléfonos del 2009, y unos pañuelos de papel Menthol. Eso es todo.
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Llegados a este punto, no puedo dejar de preguntarme por qué caprichoso motivo esa lista absurda y circunstancial de objetos que hoy parecen dormir el sueño de los justos sobre mi mesa iba a tener que definirme mucho más que no aquellos otros que una vez fueron, en mi infancia por ejemplo, o aquellos que jamás existirán, y cuya ausencia sin embargo no puedo dejar de añorar. ¿Alguna idea?
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